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Enmedio de las noticias de guerras y destrucción que acaparan los noticieros de la tv y los encabezados de los diarios, el anuncio oficial del retiro de la Marina norteamericana de la isla de Vieques no debe pasar desapercibido.
Este es un enorme triunfo para el pueblo de Puerto Rico que durante décadas ha librado una lucha desigual por recuperar sus derechos en esa hermosa isla y alejar los peligros inherentes a las bases militares.
En noviembre de 1999 tuve la oportunidad de visitar la isla, como observador de la Nuclear Age Peace Foundation, atendiendo la invitación de varias Organizaciones no Gubernamentales, entre ellas el Comité Pro Rescate y Desarrollo de Vieques y Pax Christi. Casi sin excepción Puerto Rico estuvo unido en sus demandas por el cierre de la Base Naval Roosevelt de la Marina norteamericana localizada en el pueblo de Ceiba.
La gobernadora Sila Calderón encabezó el pasado primero de mayo las jubilosas celebraciones de los isleños y dijo: “Este es un momento de enorme felicidad y profunda emoción, Juntos logramos el fin de los bombardeos.”
Pero esta inicial alegría no oculta un gravísimo problema que Vieques ha heredado; la enorme contaminación que deja la Marina tras más de 60 años de prácticas militares navales y aereos.
Pasará un buen tiempo, muchos esfuerzos y dinero para que las hermosas playas puedan ser utilizadas por los miles de visitantes que quieren ya disfrutar las bellezas de lo que, en mi reportaje anterior llamé un paraíso perdido o un paraíso por perderse.
Los desechos que se apilan en el fondo marino no muy lejos de la costa representan un grave peligro; bombas sin explotar, hierros retorcidos e innumerables contaminantes químicos. Igualmente, perdidos entre la densa vegetación yacen de miles o tal vez cientos de miles de casquillos y municiones aún sin explotar. Entre esos restos se encuentran proyectiles de uranio empobrecido utilizados en prácticas en marzo de 1999 y cuyo uso fue admitido por fuentes oficiales de la Marina americana. En ese mismo año la asamblea de la municipalidad de Vieques y el Comité Pro Rescate y Desarrollo había solicitado al gobierno de Puerto Rico un estudio epidemológico ante el hecho de que la población de Vieques sufre casi un 30% más de cáncer que el resto de los pobladores de Puerto Rico.
Es la huella casi indeleble que los humanos dejamos en el planeta azul que nos alberga a todos. Restos de instrumentos para la muerte que fueron probados en un sitio pletórico de vida. Los nombres se acumulan con cada nuevo conflicto, llámese Irak, Bosnia, Chechenia, Vietnám o Afganistán. Todos los años miles de niños y adultos pierden la vida o miembros de sus cuerpos al encontrarse accidentalmente con municiones vivas que yacen en agujeros o surcos, en aguas poco profundas de rios y lagos, esperando cobrar una nueva víctima.
El gobierno de Puerto Rico tendrá que estar muy atento para comprobar que la Agencia de Protección al Medio Ambiente y el Departamento del Interior cumplan con su promesa de limpiar en todo lo posible a Vieques de los contaminanrtes y peligros que deja la Marina después de su larga estadía.
Celebremos este simbólico triunfo de una pequeña isla que nos recuerda que nuestra casa común, que es la Tierra, debe ser amada y protegida en lugar de odiarla y destruirla.
*Rubén Arvizu es Director para América Latina de la Nuclear Age Peace Foundation.