El 16 de julio de 1945 marcó el comienzo de la Era Nuclear. Ese día, Estados Unidos llevó a cabo la primera prueba de un artefacto atómico. La prueba fue nombrada Trinidad y se llevó a cabo en el campo de pruebas de Alamogordo, en el desierto Jornada del Muerto en Nuevo México. La bomba tuvo como nombre clave  “El Artefacto”.


La prueba utilizó un dispositivo de implosión de plutonio, el mismo tipo de arma que se utilizaría en la ciudad de Nagasaki tan solo tres y media semanas después. Su fuerza explosiva fue de 20 kilotones de TNT.


Los nombres asociados con la prueba merecen reflexión. “El Artefacto”, que indica algo simple e inocuo, se hizo estallar en un desierto llamado Jornada del Muerto. El plutonio, la fuerza explosiva de la bomba, fue nombrado por Plutón, el dios romano del mundo subterráneo. El isótopo de plutonio que se usó en la bomba, plutonio-239, es uno de los materiales radiactivos más mortales en el planeta. En la Tierra sólo existía en pequeñas cantidades antes de que EE.UU. comenzara a crearlo para su uso en las bombas por la fisión del uranio-238.


No existe una explicación definitiva de por qué la prueba fue nombrada Trinidad, pero en general parece que se asocia con un concepto religioso de Dios. Los pensamientos de J. Robert Oppenheimer, director científico del proyecto creador de la bomba y quien dio nombre a la prueba, ofrecen algunas pistas.


“No está claro por qué elegí el nombre, pero sé bien las ideas que rondaban por mi cabeza. Hay un poema de John Donne, escrito poco antes de su muerte, que yo conozco y amo. Esta es una cita de ese poema: «En Occidente y Oriente / en todos los mapas – yo soy uno- uno solo, / Y la muerte toca la resurrección.”   Eso aún no explica lo de la Trinidad, pero en otro poema, más conocido como devocionario, Donne dice, ‘Golpea mi corazón, tres personas en un Dios.”’


La reacción de Oppenheimer al ser testigo de la explosión atómica nos hace recordar estas líneas de la escritura sagrada hinduista Bhagavad Gita.


Si el resplandor de mil soles


Estallaran de una vez en el cielo,


Eso sería como el esplendor del Poderoso …


Me he convertido en la Muerte,


El destructor de mundos.


¿Oppenheimer pensó que ese día había muerto, o más bien, todos nosotros.? Desde luego que esa primera explosión nuclear presagiaba la posibilidad de que el mundo sería destrozado (¿por un “Poderoso”?), Muy pronto eso ocurriría en Hiroshima y Nagasaki.


Muchas cosas han pasado en estos 65 años de la Era Nuclear. En Hiroshima y Nagasaki hemos visto la devastación que las armas nucleares inflingen sobre las ciudades y sus habitantes. Hemos sido testigos de una carrera armamentista verdaderamente absurda entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, en la que el número de armas nucleares en el mundo aumentó a 70.000. Hemos aprendido que un arma nuclear puede destruir una ciudad, unas pocas armas nucleares pueden destruir un país, y una guerra nuclear podría destruir la civilización y la mayoría de las formas de vida en el planeta.


Las armas nucleares han puesto en peligro la especie humana, y aún hoy existen más de 20.000 armas nucleares en el mundo. Nueve países ya poseen estas armas. La humanidad sigue jugando con el fuego del omnicidio – la muerte de todos. Todavía estamos esperando por los líderes que nos llevarán más allá de esta amenaza global hacia un futuro común. En lugar de seguir esperando, tenemos que convertirnos en líderes.


En este 65 º aniversario del embarque en el camino de la muerte, debemos cambiar de rumbo y eludir el precipicio nuclear. Las armas son ilegales, inmorales, antidemocráticas e innecesarias militarmente. La manera más segura de ponerlas bajo control es mediante la negociación de un nuevo tratado, una Convención de Armas Nucleares, para que en forma transparente, progresiva, verificable e irreversible se logre la eliminación de las armas nucleares.


Estados Unidos condujo al mundo a la era nuclear. El presidente Obama ha señalado que el país también tiene una responsabilidad moral para encontrar una salida. Esto se puede lograr, pero no con ciudadanos ignorantes, apáticos y en estado de negación. Sesenta y cinco años en el Camino de la Muerte es demasiado tiempo. Llegó el momento para que los ciudadanos despierten y se involucren en este tema como si su futuro dependiera de ello, y en realidad así es.


La ferviente oración de los hibakusha, los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, es “¡Nunca más!” Ellos hablan para que su pasado no se convierta en nuestro futuro. Es algo en lo que cada uno de nosotros debe participar, tanto con voces y acciones para lograr un mundo libre de armas nucleares.