Traducción de Rubén D. Arvizu. Click here for the English version.
Sigo pensando que el Día de la Tierra debe ser algo mucho más profundo que el simple reciclaje. No es que reciclar no sea bueno. No es suficiente. Nosotros los seres humanos estamos destruyendo nuestra Tierra: agotando su suelo vegetal, devorando sus recursos preciosos, contaminando su aire y agua, alterando su clima. Y seguimos bombardeando la casa común con nuestras tecnologías militares derrochadoras y destructivas. En resumen, nos hemos seguido comportando muy mal, ensuciando nuestro propio nido. Y lo estamos haciendo no sólo a nosotros mismos, sino a las generaciones futuras.
El Día de la Tierra debe ser un día espiritual, un día de recapacitar y acción de gracias por la abundancia y belleza de la Tierra. Debemos asombrarnos del milagro de este planeta y sus innumerables formas de vida, incluyendo a nosotros mismos. Debemos maravillarnos ante la majestad y singularidad de nuestro mundo. Ser humildes por los dones de este planeta agua y tratarlo con el cuidado y el amor que merece, no sólo en el Día de la Tierra, sino todos los días.
¿Cómo es que nos convertimos en destructores de nuestro hogar planetario, en lugar de ser sus guardianes? ¿Cómo es que arruinamos su futuro, en lugar de ser sus administradores? En parte tiene que ver con esas divisiones arbitrarias que llamamos fronteras. Lo hicimos con nuestra codicia y egoísmo, y con nuestra carencia de asombro y nuestra esperanza perdida. Lo hicimos por nuestra inextinguible sed de tener más y más, y al perder de vista la imparcialidad y la decencia. Lo hicimos al sólo tomar y no devolver. ¿Qué o quién está destruyendo la Tierra? Somos nosotros, y sólo nosotros, colectivamente.
Nos preocupamos más por las cosas materiales que por el prójimo. Asociamos riqueza con abundancia de cosas materiales, pobreza con la escasez de ellas. Estamos perdiendo las artes de la contemplación, la comunicación y el cuidado. Nos falta valor, compasión y compromiso. El Día de la Tierra podría ser un punto de partida en el tiempo para convertirse en lo que podríamos ser: ciudadanos vibrantes y creativos de este mundo, viviendo en la alegría y la armonía con la Tierra y entre nosotros. ¿Qué o quién puede salvar nuestro único hogar común? Somos nosotros, y sólo nosotros, colectivamente.
Vivimos en la era nuclear, y las armas nucleares son el símbolo máximo de nuestra conexión perdida con la Tierra, con nosotros mismos y nuestros semejantes. Hemos llegado al punto de nuestra evolución, o estancamiento, en la que estamos dispuestos a destruir el planeta para darnos la ilusión de seguridad. ¿Por qué no comprometemos este Día de la Tierra a poner fin a la amenaza de las armas nucleares para la humanidad y para toda la vida? ¿Por qué no terminamos la Era Nuclear y comenzamos una nueva era de dignidad, decencia, responsabilidad y respeto por la vida?
David Krieger es Presidente de la Nuclear Age Peace Foundation
Rubén D. Arvizu es Director para América Latina de la Nuclear Age Peace Foundation